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Cerro Porteño visitará esta tarde la ciudad de Luque para dirimir con los auriazules en un juego que despierta mucha atracción, El Ciclón esta con el objetivo de ganar y no perderle pisada al puntero.


Los dirigidos por Javier Luis Torrente están conscientes que deben ganar obligatoriamente para continuar en la lucha por el título. El juego no será fácil, porque Luqueño, a pesar que realiza un pobre desempeño en el torneo Clausura, buscará levantar cabeza y precisamente ante este rival, que practica un fútbol veloz y contundente.

El “Tigre” César Ramírez superó una dolencia en el talón izquierdo, jugará con un protector especial de silicona, e intentará hacer lo que sabe y en abundancia, realizar pases precisos para que los compañeros anoten. Por algo tiene el título de “mejor asistente del fútbol paraguayo”.

Retorna al equipo el “Cañonero” Walter Fretes, quien mete miedo con sus remates de larga distancia y sus disparos de tiro libre, generalmente son mortales. Reemplazará a Oscar Gamarra.

Osvaldo Hobecker, de buen trabajo ante los itaugüeños, se mantendrá en la defensa cuidando la zona derecha y el boliviano Lorgio Álvarez mientras tanto hace trabajos diferenciados y volverá al equipo el miércoles ante Guaraní.

Por su parte el elenco de la “Ciudad de la Música” muy venido a menos, tendrá muchos cambios con relación al que perdió con Tacuary. Retornan Arturo Aquino, Derlis Ortiz y el “Lolo” Juan Gabriel Abente. Además debutará el juvenil Sixto Alcaraz para darle savia nueva al conjunto al igual que el “Pinocho” Adriano Javier Duarte, quien marcó tres goles en primera división.

Como el “Kuré Luque” no viene haciendo bien los deberes, el estadio “Feliciano Cáceres” no presentará un aspecto imponente como ocurriera en el choque de estos equipos en el torneo Apertura. Pero habrá gente ávida de observar un buen espectáculo entre los contendores de turno.

Para Recordar

El Inolvidable ciclonazo del ’73


Para Cerro Porteño, el gran año fue el de 1973, época en que sencillamente arrasaba con sus rivales en los torneos de la Liga Paraguaya de Fútbol.

Campeón, en 1972, junto con Olimpia participó de la edición copera del año siguiente. Los equipos paraguayos integraron el Grupo 5, junto con los peruanos de Universitario y Sporting Cristal. Cerro Porteño, para esa temporada, reforzó su equipo con varios jugadores de Sol de América, como Silverio Troche, Roberto Cino y Crispín Maciel. Llegaron también Alcides Báez y César Ortiz Aquino, para que con los de la casa: Santamaría, Enciso, Gavilán, Mendoza, Osorio, Jara Saguier, Arrúa, Escobar, Rodríguez y Bareiro, se compaginara uno de los mejores equipos de la historia de nuestro fútbol.

El partido inaugural del grupo 5 fue sensacional: Abre la cuenta Vidal Maciel, que jugaba para Olimpia, y su hermano, Crispín, de cabeza, empata para Cerro. Poco después, Arrúa anota el segundo y se va el primer tiempo. A la vuelta, con otros dos cabezazos el Maciel de Cerro aumenta la cuenta a 4, que queda reducida a un 4-2 final, por mediación de Verza.

Se puede decir que la clasificación se definió en Lima, pues Cerro venció a la U, y empató con el Cristal, en tanto que nuestro Decano perdió los dos partidos. Y aunque los de Para 1 vencieron en la revancha a los ciclónicos, por 2-1, la victoria ante los incaicos, sobre todo el lapidario 5-0 ante Sporting Cristal, cuatro de los cuales marcó el “Nino”, alentaba a pensar en algo mayor a “la muchachada y la gran hinchada del gran Ciclón”, como escribe Herminio Giménez.

Ya en semifinales, Cerro vuelve a despachar a otro rival por 5-1: Colo Colo de Chile, pero ya sin Arrúa que, lesionado, no fue alistado en los dos partidos de Asunción. Sin embargo, esa noche del 11 de abril, se demostró que aún sin su estrella era capaz de lograr resultados sorprendentes.

Y se pueden imaginar quienes no vivieron aquella gesta cómo estaba el estadio de Sajonia aquella noche, con la visita de Botafogo, con el temible Jairzinho como figura principal, goleador del mundial de México que consagró tricampeón a Brasil. Y fue una noche para el dolor, la desazón, la esperanza, la alegría y el júbilo desbordante, todo dentro de los 90 minutos con insospechadas sorpresas que puede ofrecer un partido de fútbol.

El primer tiempo fue un martirio. Los brasileños tocaban y tocaban, rotaban y martillaban el arco de Báez. Y lo perforaron dos veces. Cerro no era ni la sombra de lo que fue en los dos partidos anteriores en los que había marcado nada menos que diez goles. La desazón comenzaba a cundir en el estadio, y allá por los 30 minutos del período final, la gente comenzó a abandonar la cancha, mientras algunos silbidos y gritos de “¡Fuera Pavlosky”! -el entrenador- sonaban desagradablemente en las gradas.

Pero el partido todavía no había terminado. Al Ciclón se le encendieron las luces a los 37 de la etapa final. Roba Silverio una pelota en la mitad de la cancha y corta para hacia la derecha. Sale un centro y en medio de la semi oscuridad del arco sur, aparece la figura del “Muñeco” Osorio para descontar, y alentar una tibia esperanza. Los que se iban se quedaron. Los que se fueron, volvieron a toda prisa. No tuvieron tiempo de ver el “milagro”.

Mueven la pelota los brasileños tras el gol, y la reconquista Crispín Maciel. Cerca de él estaba Ortiz Aquino, famoso por sus disparos de media distancia. Saca un taponazo desde la media cancha y es gol. ¡Sí! Gooool de Cerro! Gritan los relatores deportivos. El tiro de Ortiz se coló en un ángulo y a los 40, lo que estaba perdido, estaba ganado, y a las caras largas reemplazaron rostros pletóricos de alegría. ¡El empate ya estaba bien!. Pero aún hubo tiempo para más.

Azorados, sorprendidos, paralizados, sin poder creer lo que estaba pasando, los brasileños no pueden reponerse de su sorpresa, y en medio del sopor de los dos golpes de nocaut, reciben el tercer impacto.

Esta vez es Escobar el de la hazaña, pero el mérito fue de Bareiro que consiguió la pelota, y con su endiablada gambeta y su electrizante velocidad dejó varios adversarios en el camino y el goleador solo la tuvo que empujar adentro.

Hubo un segundo de silencio, porque la lumínica no era muy buena y no se vio muy bien lo que pasaba.

Pero cuando vimos a Escobar dar la vuelta y correr con los brazos en alto, gritando gol, y el desborde de las graderías cercanas, el delirio se desató sobre el estadio y sobre toda la ciudad.


El famoso Botafogo experimentó en carne propia los efectos de aquel Cerro Porteño, que en una tibia noche de otoño, el 26 de abril de 1973, reverdeció la leyenda siempre vigente de “El Ciclón”.

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